Es miércoles y son las 11 de la mañana. Entro por las puertas del hospital de Lausanne, uno de los más grandes de la ciudad. Me dirigo hacia la planta 11, donde se encuentran los niños hospitalizados. Junto con Sylvia, la voluntaria a la que sustituiré más adelante, pedimos a la enfermera que se encuentra en recepción que nos imprima una lista con los niños que están hospitalizados hoy de parte de la fundación Terre des Hommes.

Cada día cambian: entran nuevos y salen recuperados otros. Con lo que no vale encariñarse de ninguno. De la lista salen 6 niños a ser atendidos hoy: 2 en cuidados intensivos que vienen de ser operados, 2 en completa aislamiento y 2 en cuidados continuos que pueden pasear libremente por el hospital.

Los que me han tocado hoy tienen entre 2 y 4 años y todos ellos vienen de lo más profundo de Togo, Benin y Mauritania. La mayor parte de ellos viven en aldeas alejadas de las ciudades principales de su país, en construcciones precarias con una a tres habitaciones donde viven de 4 a 24 personas en una misma casa, sin electricidad ni agua potable.

Tipo de casas en las que viven normalmente
Tipo de casas en las que viven normalmente
Después de un avión que les traslada a Europa por primera vez y sin su familia, una persona desconocida para ellos les recoge en el aeropuerto de Ginebra y les lleva al hospital directamente para un primer chequeo de salud y estado de situación para la operación. Pasado este chequeo, Terre des Hommes ha construido una casa llamada «Massongex» en plena naturaleza donde viven todos estos niños de estas lejanas comunidades que pueden beneficiarse de una operación de salud por parte de la fundación, y viven juntos como en su cultura hasta su total rehabilitación. Pero para ello, antes hay que pasar el trago: hay que ser intervenido en una operación muy delicada (la mayor parte son de corazón y de esófago) y no será hasta días o semanas después viviendo en el hospital que podrán vivir en Massongex hasta su total rehabilitación. Su estancia en Europa dada la operación puede ser de 2 a 8 meses.
Primer choque cultural para el niño: en Occidente vestimos con menos colores y no con telas
Primer choque cultural para el niño: en Occidente vestimos con menos colores y no con telas
Volvamos al hospital: Son las 11.30 y estoy en cuidados intensivos con una bata, guantes y una máscara en zona de contagio. Mamadou se despierta, de repente, estirado en una cosa rara blanca que vuela del suelo (lo que para nosotros es tan normal como una camilla), en un sala llena de blancos con un vestido verde y con la boca tapada, mirándole y conectado a máquinas, y cerca de ellos hay grifos de donde sala agua cristalina a voluntad. Si fuera yo, saltaba de golpe, me quitaba los tubos, y salía a curiosear eso del grifo con agua constante, si es que no hubiera salido antes corriendo de la sala del pánico… ¿Qué me están haciendo? No entiendo nada… Y muchas veces no hablan ningún idioma más allá de su propio dialecto, con la que toda comunicación pasa a ser la de las emociones y el cuerpo.

Fue muy duro para mí también ver a Virgine, una bebecita togolesa de menos de 2 años, que había sido operada hacia 1 hora del corazón. Estaba toda sedada con morfina, y toda abierta por el cuerpo. Tubos gordos le salían del cuello y del centro de la panza. Otros más pequeños le salían de las piernas, de los brazos, del labio superior, de la frente… por todos lados, parches y tubos de todos los tamaños. Parecía literalmente una máquina más que un ser humano. Fue duro ser presente en esta imagen. Nuestro voluntariado consiste también en, a falta de su familia, estar presente cuando se despiertan para darle abrigo, cariño, amor y tranquilizarles. Que en poco rato la «destubizarán» y podrá ir a otra habitación. Son días difíciles, pueden llegar a estar 5 días entubados según la evolución de las cicatrices. Ven como otros niños reciben visitas de sus familiares y es importante que en esos momentos estemos nosotros ahí también para que no se sientan solos. Somos sus «madrinos» durante su estancia en el hospital y estamos a su disposición para lo que necesiten: silencio, compañía, cogerles en brazos (lo que casi todos los niños africanos que vienen necesitan), jugar, pintarnos las uñas o chillar.

Pasados estos duros inicios de incomprensión en cuidados intensivos, se les lleva a una habitación donde están aislados unos días para asegurar que no se expandan epidemias que otros niños puedan coger y viceversa, que ellos tampoco cojan otras epidemias para las que su cuerpo aun no está preparado. Así que cuando visito a Ahmed, a las 13h, debo de nuevo desinfectarme las manos, ponerme la bata, los guantes y la máscara. Y cada vez que salgo y vuelvo a entrar de la línea de separación de Ahmed, debo cambiarme la bata, los guantes y la máscara. Mediadas de seguridad para protegernos A TODOS, a ellos y a nosotros. Cada niño, su bata, su máscara, su desinfectante y sus guantes.

Ahmed estaba muy triste. Ya no tenía tubos gordos, solo uno pequeñito, pero se sentía muy solo sin nadie con el que jugar o hablar. Su mirada era perdida. Lo único que quería es que alguien le cogiera en sus brazos y quedarse durmiendo con la cabeza apoyada en el hombro sintiendo el tacto humano, una costumbre muy habitual de llevar a los bebés en África. Cuando le dicen que se ha acabado su aislamiento y que en breve le cambian de habitación para compartirla con otros compañeros suyos, sinceramente, no entiende nada. Está tan apagado que no está nada receptivo, pero se deja llevar.

Le cambiamos de pañal, le cogemos de las manos y empezamos un largo paseo por el hospital para que vea que hay más gente como él, que hay más niños, que hay colores en las paredes (las plantas infantiles parecen realmente hogares muy cálidos, me encantó el diseño infantil de este hospital pensado al 100% en sus emociones). Le llevamos a una sala de juegos que hay en el hospital. Mira los juguetes con una mirada de no saber si alegrarse, o si seguir triste porque no están sus padres. Poco a poco sus emociones se van relajando y empieza a dar abrazos. Está recuperando la ilusión por vivir 🙂

Ousman ya lleva 5 días compartiendo habitación con Renie (quien ha sido operada de esófago y por lo tanto lleva unos tubos en el cuello que le hacen hablar con una voz de máquina muy graciosa) y su recuperación es muy favorable. Ha ganado peso y está con energía. Se alegra solo vernos y quiere jugar con nosotros, cantar, chillar, abrazar y bailar. Le dicen que si sigue así, en breve le podrán dar el alta del hospital y se irá a vivir a Massongex hasta que los médicos aseguren que la recuperación ha sido total y que no hay posibles reincidencias. Se acuerda tanto de la primera noche divertida que pasó en Massongex solo llegar a Europa que le brillan los ojos y dice: «si! quiero ir a Massongex!»

A su lado, Renie me pide que juguemos a pintarnos las uñas. Suerte de Sylvia que había traido varias lacas de colores para poder elegir!

Niños que juegan gente en una aldea de Togo
Niños que reciben visitantes en una aldea de Togo

Una vez en Massongex, todo son risas junto con ejercicios en compañía y la soledad de los tubos, las inmovilizaciones en cama, y los chequeos constantes de médicos, quedan en un pasado muy lejano.

La vuelta a casa queda ya muy cerca. Luego quedará el segundo proceso en el que interviene la fundación: asegurar una buena vuelta a casa y velar por una buena reintegración a su comunidad según sus costumbres. Han sido unos meses con un choque cultural muy fuerte y no queremos europeizar a los niños que vienen, simplemente salvarles la vida para que la puedan vivir a su manera, como desean, como sueñen, y correr correr con energía!

Me quedo con la sonrisa de Renie cuando acabó de pintarse las uñas de los pies de colores ella misma. Sinceramente, estaban hechas un desastre, pero su risa y disfrute lo cambiaron todo 🙂

Así de contentos vuelven a casa :-) ¡El viaje ha merecido la pena!
Así de contentos vuelven a casa 🙂 ¡El viaje ha merecido la pena!
Más proyectos de Terre des Hommes: http://www.tdh.ch/

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